ANTONIO JOSE URIBE
ello era emanación del supremo derecho de conser-
vación y de defensa, que es al propio tiempo el pri-
mordial deber de los Estados; que dondequiera esta
cuestión es de mera policía preventiva, que los go-
biernos ejercitan administrativamente, por medios
rápidos y eficaces. Cité, para comprobarlo, la legis-
lación positiva de casi todos los pueblos cultos, la
doctrina científica de los más ilustres expositores,
las prácticas uniformes de los gobiernos y las es.
tipulaciones de los tratados públicos. Hice ver có-
mo el Gobierno inglés, con su tradicional sabiduría,
acababa de dar un admirable ejemplo al mundo;
cómo el primer Ministro, señor Baldwin, a fin de
restablecer la paz interior, había puesto término a
la más formidable huelga de la historia, hecho votar
contra los sindicatos una ley de excepción, que res-
tringe su actividad política, y promulgar otra que li.
mita el derecho de huelga, lo que le permitió tomar
la ofensiva contra la falange comunista; cómo el
Gobierno de los Estados Unidos de América, por
leyes de los últimos cuatro años, de una severidad
extrema, se ha defendido asímismo de iguales peli-
gros; cómo el Gobierno francés, radical socialista,
ha asumido una actitud vigorosa de resistencia con.
tra el comunismo y contra la propaganda de guerra
civil. Estos hechos recientes y ejemplares, ocurridos
en los pueblos más ilustrados y poderosos de la
tierra, comprueban, concluí diciendo entonces, la li-
nea que divide en dos falanges la humanidad de
nuestros días y la del porvenir: la de los partidarios
del orden, que rige y estimula los progresos del
mundo, y la de los apóstoles del colectivismo, con
la revolución que lo acompaña, que la conduce a la
destrucción universal.