ANTONIO JOSE URIBE
a las necesidades y a las aspiraciones razonables de
los pueblos, o como decía León XIII, en una pala.
bra inmortal, al recomendar a los católicos franceses
que aceptasen el régimen de la República: “La Igle.
sia jamás se ha atado sino a un cadáver, a aquel
que está atado sobre la Cruz.”
Volviendo al proyecto que nos ocupa, ya os he
dicho que yo lo voto porque creo sinceramente que
con él se busca la manera de realizar en estas de-
licadas cuestiones la necesaria armonia entre la li
bertad y el orden. En el curso del debate he oído
la frase de que con la nueva ley se van a declarar
abolidos los derechos del hombre y del ciudadano,
obra de la gran Revolución Francesa y base de nues.
tra emancipación política. Nosotros aceptamos los
legados benéficos de la gran Revolución, pero no po.
demos aceptar aquella parte de la obra revoluciona.
ria, hoy rediviva, que tuvo por objeto emancipar los
derechos del hombre de la tutela divina, para opo.
nerlos a los derechos de Dios; no podemos aceptar
su individualismo, que creó un conflicto permanente
entre los fuertes y los débiles, transformando así las
relaciones entre los hombres en relaciones de guerra
perpetua, para llegar a la anarquía social.
También he oído ahora, en este recinto, que la
nueva ley es una obra monstruosa de reacción po.
lítica, y lo he escuchado en los momentos en que
recibía este libro: Las leyes de la política francesa,
que acaba de publicar un ilustre parlamentario, Car.
los Benoist, profesor de la Facultad de Derecho de
París, miembro del Instituto, escritor eminente, di-
plomático, gran publicista liberal, que después de